A Gerardo Omaña


Aquí estoy como una gota de agua queriendo tener la
 fuerza de una tempestad, para poder apagar
el resplandor de ese incendio que prendió el preámbulo de
tu adiós. Y busco desesperadamente que este
emprendido vuelo no sea el punto de fatalidad donde se
agoten las palabras porque ellas, las tuyas poeta…
 son una de las pocas manera que tengo de atrapar
en mis labios el danzar de los ángeles.
Y si tú estas inmerso en la tristeza de rechazar el
 horror al saber que en la medida que vives también
 mueres, déjame compartir contigo ese escarpado
sueño en un viaje que materialmente no conduce a
ningún lado, salvo al beso que sella la voz con el
 silencio.
Pero en ese lapso de andarle por los bordes a la
realidad de una no presencia inevitable, toma mi
mano, sintámonos farol y espejo sentados uno frente al otro, para mirar al que también mira por el ángulo más estrecho del ojo, aunque sepamos cuan quebradizo es el destino.
Y si las horas lloran las deshoras sobre cada árbol que nuestras manos sembraron por distintos caminos, en un desprendimiento de razón, vivamos una vez más el dulce sabor de la locura haciendo un enigma del lenguaje, donde podamos encontrarnos a través de la sencillez divina de la palabra y vivamos como poesía la vana ilusión de la inmortalidad.
Así no necesitaremos ese aprender a decir adiós, solo seremos eterno encuentro y multiplicidad de sentimientos compartidos, en ese mundo donde siempre estarán las puertas abiertas que nos conducirán al nacimiento de otra aurora…Antes y más allá del vientre, en cada instante que el viento arrastre todos los sonidos para que las voces sin saberlo nos renombren, como hojas siempre verdes en lo más alto de las ramas de algún bosque silencioso que alguna vez tú o yo en esta vida edificamos.

©María Elena Ponce®

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