De la madre muerta, del
dolor sufrido.
Aquella que de niño nos
cargó en sus brazos
sufriendo en carne viva los tropiezos
sufriendo en carne viva los tropiezos
La que nos brindó sus besos,
sus caricias, sus abrazos.
Aquella que con su aroma nos
llenó de vida,
dándonos sonrisas para que sonriéramos
dándonos sonrisas para que sonriéramos
Mientras dábamos espinas
para que sufriera.
Aquella en la que hoy
pensamos.
Porque no es olvido a la mente y corazón,
Aquella, la que en un
suspiro,
En un corto vuelo, hecho
pedazos,... nos dejó su nido.
A veces allí estamos tratando de
recordar a la memoria.
de comprender porque arde en nuestra
alma, las penas de un pasado o el mareo
inestable de un sufrimiento que creíamos olvidado.
Y es que en la memoria se nos clavan
ausencias, sueños, rencores y músicas que duelen en cualquier quietud del silencio.
O cuando llega el recuerdo de
nuestros muertos, que amamos en antaño, y que hoy amamos más por tanta
ausencia, por tanta nostalgia sepultada, que no dejamos morir allá en la sombra.
Y es que el recuerdo olvidado, nos
trae
la paz en los rencores, en las
llamas crepitantes que los fantasmas del odio nos sembraron por un camino de
atrocidades, o el viento de angélicos despechos que nos hicieron llorar en un
momento dado.
Y es que el recuerdo olvidado se
anida en los recodos, se asemilla y germina con rostro de presente, nos llega a
los labios y distrayendo los ojos, tragamos grueso la saliva del silencio.
Por eso tenemos instantes, momentos de asombro, de mudeces que
se llenan de olor, de colores, de sabores que nos hacen humectar ligeramente
los labios.
Porque nada hará que se
deshilvane o se pierda en un tren de lejanías, el amor, la falta de amparo, la
deslealtad y las tracciones; porque siempre estarán como gotas, sudando el
cristal de nuestras almas.